«Cuéntele a su Manuel del pasado que estuvo trabajando en una comuna hippie para que se ría.» MBB – 29/1/19
Casa Conciente apareció sin mucho esfuerzo (como dentro de ella, fluido, al soplo, «al tiro») al tocar timbres en CouchSurfing. Voluntariado y la patafísica me guiñaron. El primero nunca había hecho y lo deseaba. El segundo nunca lo había escuchado y sonaba a un invento gracioso. Un barrio a nueve kilómetros del centro de Arequipa, Perú, 20 minutos en carro, 30-40 minutos en bus, deliciosa hora en bicicleta. Apareció.
(«Como quisiera lanzarte al olvido.
Como quisiera guardarte en un cajón.»
Canta Diego. Voz ronca, ojos inverosímiles. Canta en la cocina, con una mesa y una banca de madera, un tembloroso estante de bambú, platos que mejor no se guardan, una vieja refrigeradora y una cocina de gas, que vetusta no deja de calentar el alimento sagrado.)
Los mensajes de Pablo me abrieron las puertas y al caer la noche, llegué a una vivienda que sufre la humedad de la época lluviosa de Arequipa, pero renace cada mañana y tarde en la fotosíntesis de un algarrobo.
Dudoso y perdido me asenté en un cuarto con camarotes y colchones gastados, lleno de pisadas de barro; sin saber qué hacer, como un conejo viendo la pantalla celular.
«Estamos haciendo un domo. ¿Qué habilidades tienes? ¿Tienes experiencia con herramientas?«, consultó Pablo, con un hablar bajito que tuve que escuchar dos veces para entender. Todavía me resonaba el camón viejo y las criaturas que se relajaban en la cocina, con mate, guitarra y silencios desarmados por risas.
Mi respuesta no sirve en un contexto de reciclaje, reutilización, artística improvisación; en un aura de taller indomable; y entre manos y mentes llenas de capacidad para elaborar, construir, sembrar, cultivar, germinar, y realizar(se). De visualizar y concretar con tremenda fluidez. Lo que para mí es una escalera empinada, para esta gente es un tobogán infantil. Dedos sucios montan y desmontan; prueban y acomodan; cortan y amarran; para levantar una espiral de vida en un pueblo confuso, de río contaminado, cultivos constantes y turismo cercano, «aquicito».
No parecía calzar en un vaivén de pasos calmados y niños sin prisión adultocéntrica y manos deliciosamente libres. Pero un llamado me sacudió de mi eterno y majadero ensimismamiento. «¿Cómo te llamás?», inquirió el argentino Mariano. «Manuel», respondí secamente, bloqueando la sonrisa que planeé y no salió. Ahí mismo leyó mi soledad buscada y mi agrura trabajada. Ahí mismo me sacó del cañón, para treparme a un árbol fresco.
Canciones desafinadas. Diego rasgando. Hannah rumiando. Julia haciendo melodía. Y dos argentinos siendo brisa en la cocina. El tico…separado, se unió a las notas con voz grave de nostalgia. Casa Conciente invita a estar, ahí, aquí justo hoy. No ayer ni mañana. Pide y ofrece una mano. Con ropas de desconocido se viste un calor familiar.
Es el calor del cordón umbilical y la placenta; el de la tierra en las uñas; el de las heridas y ampollas; el del beso de un sueño perdido que no recordamos; el del rocío que dejamos de lamer de las hojas por distraernos con botellas plásticas de industrias tóxicas.
Manos bien guardadas dentro de mi abrigo, caminé a la azotea. «¡Puta frío!», reclamó mi pubis dormido. Los que perduramos durante la noche nos sentamos a mirar el vacío y fumar la vida. Hierba condenada por ciertas leyes humanas es conexión inicial para todos nosotros, bueno, para mí con las nuevas criaturas. Para disparar energía brillante y lucidez que algunos cuestionan.
En el vaho de la noche brotaron historias que nos unen, aunque se trazaran en espacios y mundos y tiempos distintos, y preguntas que nos acercan. Solos y acompañados, aquí y allá, en San José y en Perú, en Bolivia y en Argentina. Quieta sesión que (me) desinhibe y relaja, para agujerear máscaras impuestas, máscaras dolorosas, máscaras innecesarias. Casa Conciente. Humo y gotas y trabajo presente y palabras significativas.
En su gota me mojé seis días y cinco noches. Con palabras en crecimiento, amplios silencios y puntuales conversaciones reabrí la puerta que el viejo temor acecha con llaves herrumbradas. Un soplo de luz la derribó sin fuerza, como un abrazo en el que nos dormimos y el pasto donde nos deja caer y se despide.
Caminar por el río
(Don) Ricardo nos invitó a caminar río arriba a la siguiente mañana de domingo. Caminata sin plan y con brújula del arequipeño, sin destino pero con meta. Contra el agua café marchamos y a un árbol brujo llegamos. Federico peló los ojos como dos frutos y sonrío, mientras Mariano lo acompañó a leer las ramas y asir las hojas. El árbol nos confió: «aquí tienen que estar» y las raíces debajo del zacate nos acomodaron el corazón.
Metros después reposamos bajo la sombra de un amigo. Mango compartido. Ricardo en siesta. Rapé en mis fosas nasales; lágrimas en mis ojos. La duda en Hannah. La calma en Julia. El momento se enmarcó entre el río y el verde. Memento mori. Ahí fallecimos con los troncos y renacimos con el sol. La fotosíntesis de Arequipa.
Seguimos caminando para sanar la herida de las cascadas de basura y plástico que topamos, y al rato encontramos preciosas terrazas y acequia de vida, que riega la zona. Subimos sin majar el cultivo y confirmamos el renacimiento. Sabiduría indígena nos mostró lo que vale en este herido planeta.
De ahí a Yumina, pueblo pequeño con pulperías y plaza y bus y una hermosa tía con su chicha. Le robé una sonrisa, que aún así lanzaba tristeza. «Gracias madrecita», dijo Federico. Gracias seño, que su chicha y sus ojos temblorosos son agua y oxígeno para el viajero.
Caminata y aguacero hasta la Casa. Empapados y fríos llegamos. Corazón renovado. Agua del cielo para continuar.
Cena conjunta
Compré en el mercado diversos aportes recomendados por Pablo. Alex ecuatoriano lideró la cocina. Unidos y extraños familiares comimos. Bendita comida en esta casa renovó mi tanque.
Trabajo con la tierra
Luego de perderme, llegué en bici al terreno donde sacamos caña, que luego pelamos y servirá para cubrir el domo. Dar algo de sombra, no tapar del todo, guió Pablo. Junto a Mariano y Federico, subidos en las barras de la estructura, dan forma a un espacio que podría convertir energía en la comunidad.
Pedir permiso a la Pachamama y sacar el zacate de un lote frente a la Casa Faust Roll con Mariano. Descansar y conversar y notar que éramos las mismas almas (al menos de momento) con cordones y nudos distintos. Ahí debíamos estar. Ahí debíamos hablar. Gracias. A usted. A vos bonito. Besar su barba me conectó y arrojó agua a dudas que no son más que piedras pequeñas pegadas.)
(La cleteada por Arequipa la dejaré para otro texto quizás. Video mejor.)
Chao
«Me voy en bus de noche Pablo.» «Ya.» Recomendaciones finales y esos ojos de milenios para de nuevo saludarme y despedirme.
Casa Conciente me dijo ‘hasta luego’ con calidez, pero frío de los días que fueron. Vaya maravilla: poder helar y dar calor en mismo beso.
Coherencia en el presente, lo que digo es lo que soy y es lo que hago. O así debe ser. Continúo, más ligero y sintiendo el abrazo seco de la leña de la tierra que mantiene el fuego vivo, sin hacer ningún ruido.